La promesa de la inteligencia artificial ya no es una fantasía lejana, sino una realidad que se despliega ante nuestros ojos. La mayoría de las personas hablan de “IA primera”, donde la máquina y el algoritmo son los protagonistas: automatizar, optimizar, predecir. Pero hay otra opción: priorizar al ser humano.
Cuando nos enfocamos en la eficiencia y la productividad, podemos olvidar que la tecnología debe servir a las personas, no al revés. La IA puede parecer una herramienta útil, pero también implica riesgos si se prioriza sobre el ser humano. Podemos quedarnos en un segundo plano y dejar de lado nuestros valores más fundamentales.
La ética de la IA es crucial aquí: no basta con hacer que funcione, sino que debemos preguntarnos para qué y qué valores estamos promoviendo. ¿Es la verdad, la eficiencia o la velocidad lo que nos importa en el uso de la tecnología? La respuesta no es clara, pero sí tenemos una oportunidad para cuestionar nuestros objetivos y priorizar lo que verdaderamente importa: la humanidad.
